Dichterliebes

Una vez tuve una actriz entre mis brazos:
aleteaba como un gorrión o se arqueaba como una gata,
al conmoverse engendraba oleadas de encanto
mientras con su cuerpo hacía preguntas
que me parecieron inteligentes
o, por lo menos, oportunamente ubicadas.

El verano estaba adelantado y los bares ardían,
presumo que fue eso lo que nos empujó a las calles;
nos arrastrábamos por la noche
y mucha cerveza corrió por nuestros labios
tanta como el río de amor que nació en mí.

Supongo que mentía por razones profesionales
o tal vez por alguna otra cosa que no entiendo;
el hecho es que pienso todavía en esas certidumbres
y en nuestras sombras fanáticas por ellas,
y las noches, buenas amigas,
me devuelven la escalinata de dolor que descendí.

Es cierto que hubo el deleite que llaman físico
aunque simplemente sea por el descubrimiento:
naves desarboladas que a los tumbos
aprisionan los continentes, negros, blanquecinos o pardos
según corresponda al momento y al lugar.

Pero hubo más,
hubo tortura mutua, un insospechable sadismo
que redujo a cero el ámbito heroico y la conquista:
también temblábamos, pero ahora de maldad,
desechábamos el verano, huíamos pertinaces de la noche,
los nervios nos brillaban como estrellas.

En realidad, estallamos al modo de las bombas
y nos alteramos, con lo cual tanto paseo tuvo su remate.
Pero sabíamos que no era cuestión de derechos,
que ninguna dignidad estaba herida;
era la ficción, era el arte que nos sedujo y nos rodeó,
era la noche y la estación tan avanzada.
...

Noé Jitrik, Addio a la mamma

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